Friday, June 25, 2010

Nos está "fritando" el cerebro la red Internet ?


Fast forward
June 24th 2010
The effects of the internet; fear of a fried future
From The Economist print edition

The Shallows:
What the Internet is Doing to Our Brains.
By Nicholas Carr. Norton; 276 pages; $26.95. Published in Britain by Atlantic in September as "The Shallows: How the Internet is Changing the Way We Think, Read and Remember"; £17.99.
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Fried brains is a delicacy in France.

IN 1492, the same year that Christopher Columbus crossed the Atlantic, a Benedictine abbot named Trithemius, living in western Germany, wrote a spirited defence of scribes who tried to impress God's word most firmly on their minds by copying out texts by hand. To disseminate his own books, though, Trithemius used the revolutionary technology of the day, the printing press. Nicholas Carr, an American commentator on the digital revolution, faces a similar dichotomy. A blogger and card-carrying member of the "digerati", he is worried enough about the internet to raise the alarm about its dangers to human thought and creativity.

The recent uproar over privacy on Facebook is only the latest backlash against man's newly wired existence. Mr Carr did his bit to encourage the anxiety in 2008 with an essay in the Atlantic entitled "Is Google Making Us Stupid?" His new book is an expanded survey of the science and history of human cognition. Worry of this kind is not new: a decade ago, the first evidence suggested that PowerPoint changed not just how executives presented information, but also how they thought. Mr Carr's contribution is to offer the most readable overview of the science to date. It is clearly not intended as a jeremiad. Yet halfway through, he can't quite help but blurt out that the impact of this browsing on our brains is "even more disturbing" than he thought.

Humans like to believe they control the tools they use, even if Socrates, Marshall McLuhan and Ivan Illich are among those who have argued that often they do not. From the alphabet to clocks and printing, every major new technology has profoundly altered the way in which humans think. The digital gadgets on which we now depend, Mr Carr explains, have already begun rewiring our brains.

Neurological research has demolished the myth of the static brain. Neural networks can be rapidly reorganised in response to new experiences such as going on the web. Mr Carr surveys current knowledge about the effects on thinking of "hypermedia"—in particular clicking, skipping, skimming—and especially on working and deep memory. He draws some chilling inferences. There is evidence, he says, that digital technology is already damaging the long-term memory consolidation that is the basis for true intelligence.

Only by combining data stored deep within our brains can we forge new ideas. No amount of magpie assemblage can compensate for this slow, synthetic creativity. Hyperlinks and overstimulation mean the brain must give most of its attention to short-term decisions. Little makes it through the fragile transfer into deeper processing. Clearly, argues Mr Carr, this is a radical upending of the "literate mind" that has been the hallmark of civilisation for more than 1,000 years. From a society that valued the creation of a unique storehouse of ideas in each individual, man is moving to a socially constructed mind that values speed and group approval over originality and creativity.

True, there are compensations: better hand-eye co-ordination, pattern recognition and the very multitasking skills the machines themselves require. Sceptics will rightly point out that similar concerns have accompanied each new technology. Something is always lost, and something gained. Some evolutionary biologists claim that the scholarly mind is an historical anomaly: that humans, like other primates, are designed to scan rapidly for danger and opportunity. If so, the net delivers this shallow, scattered mindset with a vengeance.

Mr Carr offers few prescriptions. The author himself retreated to an (unplugged) mountain hideout to write his book, but he thinks most people depend too much on the net for work and fun to do the same. And he fails to address the ways in which the internet acts like a drug. Other critics have probed this issue more deeply, notably Jaron Lanier, a virtual-reality pioneer, in a recent book, "You Are Not a Gadget". Yet surely online bingeing is no different from eating too many sweets: its remedy is a matter of old-fashioned self-restraint.


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Sunday, June 13, 2010

Con Hambre no hay democracia . Alejandro Angulo Novoa S.J.

Junio 13, 2010.
Con Hambre no hay democracia
Alejandro Angulo Novoa S.J.

Alejandro Angulo Novoa S.J, director del Banco de Datos del CINEP/PPP, analiza los resultados de las elecciones presidenciales del 30 de mayo de 2010 y concluye que la democracia no es compatible con el hambre.



Me deja pensativo el escuchar a colegas que esperaban no sólo mayor votación verde, sino también menos votos del uribismo en las elecciones presidenciales del 30 de mayo de 2010.

Creyeron tal vez en las encuestas, en las que yo también creo, sin advertir acaso que en esta ocasión se trataba de una situación anómala. Parece que olvidaron los índices de popularidad del Presidente-candidato. Y olvidaron que del dicho al hecho hay mucho trecho y más con paramilitar en el techo. Ningún científico social que conozca algo de Colombia puede creer que las muestras nacionales de intención de voto puedan llegar a dar un resultado favorable a la ética de la legitimidad contra la costumbre secular del atajo moral y físico. Ahí hubo algo que todavía nos deben explicar los estadísticos y que vulgarmente podría llamarse "el problema de las muestras", para no terminar pidiendo, como algunas gentes del "establecimiento", mayor control a las firmas encuestadoras (reprime que algo queda).

Aunque me interesen las muestras, me interesa mucho más la realidad. Y esa está retratada a la perfección en las cifras. El país que votó, es decir, menos de la mitad de los que tenían derecho a votar, es 47% uribista, es decir, clientelista y ferviente partidario del atajo. Esto, desde luego, en todos los estratos sociales y en todos los campos del diario quehacer. Lo cual no quiere decir que la otra mitad no lo sea, sólo que no lo sabemos por estos datos. En cambio sí verificamos que la creencia en la legalidad es un fenómeno raro: tan sólo los poco más de 3 millones que votaron por Mockus, o, sea, menos de la quinta parte de los que votaron, creen que las palancas, el soborno, la extorsión, las amenazas, la indebida apropiación de lo ajeno, la evasión de impuestos, el falso testimonio, el fraude, la coacción y aun el homicidio, sean delitos. Si acaso son simples 'pecadillos' que acreditan a "los listos" y los diferencian de "los mensos".

Sin embargo, no todo es un problema cultural. Dado que estas elecciones eran un resultado no deseado por el Gobierno de turno, éste se había preparado durante los ocho largos años de su régimen para esta eventualidad. Un ejemplo: en un lugar de Cundinamarca de cuyo nombre no quiero acordarme, un hidalgo uribista de los que manejan Familias en Acción y Familias Guardabosques advirtió a sus inscritos que la votación del domingo se realizaría en forma unánime por J. M. Santos, si querían seguir usufructuando eso que un incisivo columnista llamó "la mendicidad institucionalizada". Con un solo inscrito que desacatara la consigna santista bastaría para que todas las familias salieran de la acción y los guardabosques salieran de sus bosques.

Este tipo de 'artilugios políticos' ha sido el nervio de la política colombiana desde 1810. Y este artilugio se llama el control del hambre y fue descubierto desde la antigüedad, cuando se llamaba esclavitud, pero se sigue usando ahora y se llama asistencia humanitaria. En ambos casos era y es el sustituto de un salario digno y en ambos casos era y es el contentillo que se arroja a los despojados por la guerra para que no mueran de hambre, pero que tampoco tengan fuerzas para protestar.

La ética y la legalidad son bienes intangibles y deseables. La desnutrición, la falta de techo y la imposibilidad de conseguir un empleo son males tangibles e insoportables. Evitar ese mal insoportable es una necesidad que prima sobre el anhelo de rectitud. Aquí está el secreto del poder. Cualquier informe de las Naciones Unidas, o, sin ir más lejos, del DANE, muestra que los niveles en los que se mantienen dichos males en nuestra patria, afectan a porciones enormes de la población colombiana: 7 millones de trabajadores informales son toda la población del distrito capital, de los cuales la mayoría no tienen más que desempleo disfrazado. De forma análoga, 3 millones de desempleados, son casi toda la población de Medellín en la tremenda situación del rebusque, en el cual todo vale, porque se trata de situaciones desesperadas.

Los analistas políticos deberían mirar más allá de los porcentajes electorales y de sus tinturas políticas, para poder comprender que la democracia es incompatible con el hambre. Las elecciones de los pueblos hambrientos, y Colombia es uno de ellos, no pueden ser un indicador de democracia (del pueblo, por el pueblo y para el pueblo). Por el contrario, esos ritos políticos entre nosotros sólo revelan las verdaderas dimensiones de la plutocracia (los que comen), de la aristocracia (los que mandan) y de la 'indiosincracia' (los que no cuentan). Esta última grada de la ciudadanía de papel es la explicación profunda del abstencionismo: si yo no cuento, tampoco voy a que me cuenten. Es una reacción natural, aunque sea miope. En el caso colombiano no sólo es miopía, también es desilusión, confirmada por el hecho de que cuando se atisba un modo distinto de enfocar la política, comprobado o no, los creyentes son tres millones entre cuarenta y cinco: siete de cada cien. Una catástrofe para los pesimistas y una esperanza para los optimistas. En cualquier caso, el camino verde tiene derecho a tantos años de ensayo y error para ganar unas elecciones, como los han tenido los clientelistas para montar su negocio.

Alejandro Angulo Novoa, S. J.


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