"Su sexualidad como tal no tendría ninguna relevancia en un juicio criminal -argumentó Laidlaw-, pero en este caso está claro que el abuso del acusado a Bandar no se limitaba simplemente a las agresiones físicas. Hay una clara evidencia de que, más allá de las marcas que dejaron los mordiscos, había también un componente sexual en su maltrato". Una de las pruebas más contundentes de Laidlaw es la ropa interior del príncipe, que tenía rastros de sangre de la víctima. El acusador también cuenta con una serie de testimonios de empleados y huéspedes del hotel que, de ser ciertos, no solo confirmarían su inclinación sexual, sino que corroborarían que sí lastimaba a su asistente con sus excesos en la cama.
Dobomir Dimitrov, empleado del Landmark que subió en más de una ocasión al cuarto del príncipe, declaró en la Corte Central Criminal de Inglaterra, conocida como Old Bailey, que desde que los vio supo que eran gays. Cuando le preguntaron por qué estaba tan seguro, Dimitrov, quien es homosexual, dijo que habría sido imposible no notarlo, pues además de ser afeminados organizaban su ropa por colores. "Apenas los vi, pensé: 'Ellos tienen una relación, no son amigos'. No creo que dos hombres heterosexuales den tanta importancia a sus pantalones y cómo deben estar colgados".
Bandar Abdulaziz, la víctima, era un huérfano adoptado por una familia de clase media. Desde muy joven entró a trabajar con la monarquía y, al poco tiempo, se convirtió en el asistente del príncipe Saud, cuyos padres, primos entre sí, son sobrino e hija del rey Abdullah. El año pasado emprendieron unas largas vacaciones que los llevaron a Milán, Budapest, Praga, Marrakech... Aterrizaron el 20 de enero en Londres. El noble viajó en clase ejecutiva, y el plebeyo, en turista. Como siempre. Varias personas que los vieron días antes de la muerte de Bandar aseguran que este hablaba muy poco y siempre caminaba unos pasos detrás de su patrón. Una actitud que todos interpretaron como sumisa, aunque el príncipe fue enfático al decir frente al juez que eran "amigos" e "iguales".
Su habitación en el Landmark tenía una sola cama doble. Según ha explicado el príncipe, Bandar dormía en el piso. Muchos no entienden, entonces, por qué el cadáver fue encontrado sobre su cama y por qué la almohada estaba bañada con su sangre. De día paseaban por Londres e iban de compras a las tiendas más exclusivas. Dedicaban las tardes a disfrutar de los mejores restaurantes y bares de la ciudad. Algunos testigos aseguran que la pareja pidió a la habitación dos masajistas gays y contrató un servicio de acompañantes masculinos. Un empleado del hotel aseguró, además, que un día vio en el cuarto a un hombre de aspecto europeo que solo llevaba puestos unos calzoncillos de colores.
La noche del 22 de enero volvían de cenar en un restaurante japonés, cuando el príncipe agarró a golpes a su ayudante en el ascensor. El video de vigilancia muestra que el asistente no opuso resistencia, por lo que los acusadores sostienen que se trataba de una relación en la que el agredido tenía que aguantar cualquier humillación de su jefe, una especie de esclavitud. George Rodrigues, mesero en el restaurante Scalini's, en el sector de Chelsea, dijo haberlos atendido dos días después de la golpiza. Aseguró que uno de ellos, el de las gafas oscuras que nunca levantaba la mirada, tenía los labios heridos y apenas podía comer. Un médico que lo visitó después dijo no haber visto nunca antes unos párpados tan hinchados, pues tenían tres veces su tamaño normal.
Bandar y el príncipe Saud celebraron el Día de San Valentín el lunes 15 de febrero, en un restaurante italiano. Luego fueron al Mirror Bar del hotel, donde tomaron champaña y el príncipe pidió seis copas del coctel Sex on The Beach. Un testigo dijo que Saud había pateado a su ayudante a la salida del bar. Cuando subieron a su habitación, alrededor de la 1:30 de la mañana, sus vecinos empezaron a oír ruidos extraños. Cornelius Avezaat, hospedado en la habitación 212, justo debajo de la suya, aseguró que hubo gritos, muebles rotos y una especie de gemido que acabó con la algarabía.
El entonces presunto asesino informó a su embajada de la muerte de su empleado a las 3:30 de la tarde. Pero antes, asegura el fiscal Laidlaw, limpió lo que pudo de la sangre. La autopsia determinó que la víctima había sufrido una hemorragia cerebral y que tenía una costilla fracturada, además de lesiones en el abdomen, en las orejas, en el cuello... Murió asfixiado.
El príncipe Saud ya se declaró culpable. Ahora el jurado, de siete mujeres y cinco hombres, tendrá que determinar si el crimen fue premeditado o no. Lo que muchos se preguntan es si ser el nieto de uno de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna de 17.000 millones de dólares según la revista Forbes, le ayudará al príncipe a salir del problema, causado al parecer por sus caprichos sexuales.
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