Después de ocho años de ostracismo, de no asistir a eventos sociales estrato 5 y 6, un sector pensante de este país empieza a sentir que se justificaron esos difíciles años. Hoy duermen tranquilamente, no se cuelgan de las lámparas cada vez que meten a alguien conocido a la cárcel; trabajan mucho porque se están poniendo de moda, pero lo hacen con el espíritu tranquilo que se refleja en sus rostros, mucho menos tensos que antes.
No fue fácil ese período donde Uribe era una especie de Dios todopoderoso y quienes no coincidían con él o sus políticas, eran una especie de profanadores de una religión que se había tejido alrededor de él y de su equipo de gobierno. Pero de eso mismo se contagió la élite de este país, que no dudaba en amargarle la noche a quien no estuviera de acuerdo con que nunca se había vivido mejor en Colombia.
Pobre de aquel que hablara de roscas, de malos manejos, de políticas equivocadas, de viceministros en vez de ministros o de asesores pagados por agencias internacionales que no tenían ningún costo político.
Pero lo que se está viendo actualmente ha cambiado en 180 grados la situación. Ahora lo que es peligrosísimo es ser, o mejor, haber sido uribista. Entre más furibista mayor es la posibilidad de caer en desgracia. Y no se trata de una persecución, como lo alegan algunos de los acusados que fueron funcionarios de esos períodos de gobierno.
Esta mano de escándalos diarios, esta cantidad de exfuncionarios acusados y presos, lo que significa es que sucedieron demasiadas cosas ante la vista gorda de muchos que en aras de poder ir a las fincas, aceptaron lo inaceptable. Las chuzadas, que se dirigieron a los que estaban en el ostracismo, jueces, opositores políticos, se justificaron y solo ahora, por fortuna, la justicia está poniéndolas en lo que realmente fueron: persecución, violación de la privacidad y otras cosas que los que no somos abogados, desconocemos. Qué bueno que aquellos que se sentían intocables, hoy con razón y no sin ella, sientan pasos de animal grande.
Por lo menos en la historia reciente de este país no se había visto un gobierno con semejante cola de escándalos y de sus funcionarios denunciados y en la cárcel. Y es fundamental salir del estado de asombro para pasar a la reflexión. En todos los gobiernos aquí y en todas partes, se dan escándalos. Se cometen graves errores, precisamente por ser humanos y caer en tentaciones graves.
Pero lo que está sucediendo es increíble: dos o tres funcionarios del largo gobierno Uribe, presos por día; fracasos rotundos en la gestión pública que han hecho de este invierno una tragedia mucho mayor de lo que debería ser; corrupción, politiquería, tráfico de influencias y otros vicios de gente muy cercana, pero muy cercana, al presidente Uribe.
Al tratar de entender lo que está sucediendo es imposible ignorar dos cosas. Primero, la capacidad de liderazgo del hoy expresidente que sin duda tuvo éxitos pero que le quitó la capacidad crítica al país. Segundo, el costo de debilitar la institucionalidad, de llenar la nómina estatal de gente sin responsabilidad política, de creer que el mercado y el sector privado si sacan adelante a este país. Todo eso está volviendo peligrosísimo ser uribista.
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